Voy a comenzar esta reseña con una anécdota: trato de ver las películas con la menor cantidad posible de datos previos para hacerme mis propias impresiones y después sí, investigar y comparar con otros puntos de vista. Fui a ver Sonido de Libertad (Sound of Freedom) sabiendo que se trataba de la historia de un agente del FBI que se aboca a la investigación del tráfico de niños para explotación sexual y que se basa en hechos reales. Me dije: va a ser un corchazo; no sé si estaré emocionalmente preparada.
Por el contrario, más que sensibilizada, salí medio enojada y discutí con alguien que también la había visto porque yo dije que la había encontrado panfletaria: el protagonista es un hombre cis, blanco, heterosexual y estadounidense que, como una especie de Rambo religioso, se alía con más hombres para rescatar a una niña de una red de trata en Colombia. No hay reflexión sobre las políticas estadounidenses que sumen en la pobreza a los países latinoamericanos y los convierten en productores para una demanda que es pagada mayormente por ese mismo país, pero sí hay un borramiento completo de los religiosos como posibles pedófilos.
La persona con la que discutí me dijo que yo no era sincera, que no podía decir que una narración es panfletaria si se basa en hechos reales y que panfletaria es Barbie, porque habla de patriarcado. Así que ahí vamos: digo que es panfletaria porque sin asumirse abiertamente católica, trabaja todo el tiempo con esa retórica. Los “buenos” llevan siempre crucifijos (¿acaso es una de vampiros?), se “redimen” al darse cuenta que la prostituta con la que acaban de estar tiene catorce años en lugar de los veinte que creían, o rescatan niños no simplemente porque sea malo que pasen por esa situación sino porque “son de dios”.
Es un panfleto del hombre blanco estadounidense como universal y héroe salvador que en una estrategia de lampshading (ocultar a la vista de la lámpara), al final incluye un postcrédito del actor con lágrimas en los ojos explicando que el héroe no es la persona a la que él interpreta, sino los niños (lo tiene que aclarar, porque no se desprende de la trama). Todo esto sin mencionar el pseudo llamado a la acción individual que solucionaría todo (sin explicar de qué manera).
Por debajo resuenan las teorías QAnon con las que comulga Jim Caviezel (quien interpreta a Timothy Ballard) y que intentan instalar que los sectores políticos progresistas son en realidad una logia de pedófilos y la posición de ultraderecha del otro actor Eduardo Verastegui; así como el team de la distribuidora Angel Studios y otros escándalos como la detención de uno de los financistas de la película por secuestro de niños.
En suma, es una película con un mensaje rarísimo, que no se priva del regodeo en la imagen sexualizada de los niños, paradójicamente, para denunciar la trata sexual infantil. Plantea una solución a fuerza de hombres de fé y se construye en la publicidad como víctima de una supuesta persecución por las fuerzas oscuras del mal (no la quisieron comprar Disney, Netflix ni Amazon). Por el contrario, ofrece un código QR para, supuestamente, abonar otra entrada para que alguien más pueda verla. Todo turbio.
3/10