El distinguido documentalista Alexandre O. Philippe, quien dirigió filmes como 78/52, un meticuloso estudio de cada fotograma de la legendaria escena de la bañera de Psicosis, y The People vs. George Lucas, sobre el enfado de los fans con el creador de la máxima space ópera de la pantalla grande, ahora se mete en los entretelones de la fabulosa adaptación de El Exorcista, la joya de la década de los ‘70 impulsora de todo una escuela dentro del género.
Protagonizado por William Friedkin como único entrevistado y narrador, Leap of Faith abarca cada uno de los aspectos de la realización de este clásico del cine: desde el proceso del guion, construido por el mismo autor de la novela homónima, William Peter Blatty, hasta las dudas surgidas a partir del desenlace de la película, donde el Padre Karras (Jason Miller) decide sucumbir al pecado del suicidio con el fin de evitar la muerte de la joven Regan (interpretada por Linda Blair, cuyo destino real resultó aún más trágico que este relato). Pero también se sumerge en la historia de amor por el séptimo arte que llevó al director de 84 años a filmar la primera película “realista” sobre exorcismos, como bien expresa él, y las reflexiones acerca de su costado más espiritual.
La película de 1973 que en su momento rechazaron dirigir tres cineastas de primera linea como Stanley Kubrick, Mike Nichols y Arthur Penn, representó para Friedkin una mezcla de golpes de suerte y buenas decisiones que fueron tomadas siguiendo su propio instinto, o lo que el director llama “la seguridad del sonámbulo”. Antes de conocer a Miller, por ejemplo, Blatty ya había contratado a quien sería el protagonista del filme: el actor Stacy Keach. Pero por esas cosas del destino, una escena de una película en la que actuaba Jason Miller se cruzo en su camino y Friedkin cayó en la cuenta de que nadie más podría interpretar al Padre Karras como él, ni siquiera el propio escritor de la novela, fallecido en 2017, quien le ofreció al cineasta renunciar a su porcentaje de la obra con tal de ponerse en la piel de aquel cura atormentado que creía haber perdido su fe. Otras anécdotas seguramente conocidas por los avezados del terror, como aquella que cuenta la rutina de bebidas, cigarrillos y huevos crudos a la que tuvo que someterse la actriz Mercedes McCambridge para hacer la voz de Regan poseída, o la de como el director disparó un rifle en el set solo para lograr la cara de perfecto susto del Padre Karras en una de las escenas del film, también tienen lugar aquí. No cabe la menor duda de la brillantez de William Friedkin a la hora de narrar una historia, incluso delante de la cámara, que hace que los espectadores no puedan despegar sus ojos de la pantalla.
La música simboliza uno de los aspectos fundamentales de El Exorcista y por supuesto, su elaboración también se debió a un descubrimiento fortuito por parte de Friedkin. El director revela como luego de una serie de discusiones y diferencias irreconciliables con los compositores Bernard Herrmann y su entonces amigo, el argentino Lalo Schifrin (con este último no se habla desde aquella vez), halló por arte de magia la famosa Tubular bells de Mike Oldfield, hoy pieza inconfundible de las mejores bandas sonoras. Con respecto a la iluminación y la puesta en escena, el director se explaya un buen rato por las obras de aquellos artistas plásticos que supieron influenciarlo. Magritte, Caravaggio y Rembrandt son solo algunos de los referentes que, junto al gran padre del cine Alfred Hitchcock, ayudaron a William a darle el toque especial a su opus mágnum. Aunque como bien subraya, su mayor inspiración siempre fue Ordet (1955), el hipnótico drama religioso danés.
Leap of Faith: William Friedkin on The Exorcist representa una magistral clase acerca de cómo un filme de terror sobrenatural se convirtió en una obra mucho más profunda y reflexiva acerca de la fe y la existencia humana de lo que cualquiera podría haber pensado en aquel entonces. Su realización no deja de sorprender hoy por su logrado suspenso creado con efectos caseros y aquellas escenas tan simbólicas como desafiantes: “nadie nunca ha juntado en el mismo plano a un crucifijo y una vagina como en aquella escena” , afirma Friedkin sobre la peculiar masturbación de la protagonista poseída por el demonio. Definitivamente, el documental de Philippe es un material que ningún cinéfilo debería perderse de verlo.
