Los entretelones del tan cuestionado empleo estatal son llevados a la gran pantalla en Planta Permanente, uno de los tres largometrajes que junto a El Cuidado de los Otros y Los Sonámbulos fue nominado al premio internacional en la reciente 34° edición del Festival de Cine de Mar del Plata. La segunda película del tucumano Ezequiel Radusky (co-director de Los Dueños, 2013), se inscribe dentro del largo historial de filmes argentinos de denuncia social, con una acertada representación de nuestro precario panorama laboral y una humilde reflexión acerca de como el sistema perverso puede, en el más triste de los casos, terminar conduciendo a una guerra de pobres contra pobres.
La historia presenta a Liliana “Lila” Juárez (interpretada por la actriz tucumana del mismo nombre y actual ganadora del Astor de Plata a Mejor Actriz) y Marcela (Rosario Bléfari), dos empleadas de limpieza que integran la planta permanente del Ministerio de Obras Públicas de La Plata. La amistad y el compañerismo que mantienen desde hace años ha llevado a que ambas puedan hacerse hagan cargo solas de un comedor en un galpón abandonado del edificio, donde día a día suelen almorzar los trabajadores. Pero tras un cambio de gestión que ha ocasionado decenas de despidos y ha puesto en peligro el futuro de los contratados, entre ellos el de la hija adolescente de Marcela, la existencia del comedor parece estar en la cuerda floja. Ante las medidas antiobreras tomadas por la nueva directora del Ministerio, Lila se ha dispuesto a conservar su comedor a como de lugar, aunque aquello pueda llevar al quiebre su gran amistad con Marcela.
La trama sencilla de Planta Permanente se ve beneficiada por su buena dosis de crítica social, un tono humorístico para nada desencajado y las destacadas actuaciones de la dupla protagonista, que desprende naturalidad en cada toma. El papel de la nueva directora del Ministerio (interpretada por la uruguaya Verónica Perrotta), claramente inspirado en la figura de la gobernadora de la provincia, atrae no solo por lo paródico de sus expresiones faciales sino por sus discursos totalmente cínicos. Las representaciones hiperrealistas del contexto económico del país, donde la masa trabajadora tiene siempre las de perder y la vida cotidiana se convierte en una lucha constante por la supervivencia, generan la empatía y la atención del público.
A pesar de no exhibir ningún elemento notable en su forma, el film en solitario de Radusky logra su objetivo al presentar una acertada radiografía de nuestra realidad que inevitablemente conduce a la reflexión una vez finalizado su visionado. Algo que en estos tiempos de consumo y descarte fácil que corren, resulta por demás necesario.
